En esta nueva entrada, sin fotos, una novedad en este blog, os dejo un texto que escribí hace algunos años, pero refleja fielmente mis vivencias con la bicicleta desde pequeño y que además el título viene acorde con lo sufrido en la tercera edición de la Transalcudia.
Una Relación Un Poco Extraña.
Todo empieza cuando siendo pequeño lloras a tus padres para dejar abandonado a tu pequeño triciclo por que las rodillas golpean tus dientes cada vez que das una pedalada, tras varias visitas al dentista e intensos llantos por una bici, tus padres acceden a comprarte esa bici que tanto deseas, pero siempre con el típico chantajeo estudiantil que todos los padres nos proponen, (“Si sacas buenas notas te la compro”).
Una vez conseguida esa ansiada bici de cuatro ruedas, te das cuenta que tu madre por la ventana no te quita el ojo de encima y te dice alrededor de cuarenta veces, a grito “pelao” y con actitud amenazante “ ¡¡¡ De la esquina no pases !!! ”. Esperas como un lince a su presa, que tu madre deje de mirar, para ir mas allá de esa zona prohibida, descubrir más de lo que te deja ver, pero al doblar la maldita esquina la vecina a quien tanto asco tienes por que cada vez que te ve, te pellizca las mejillas, que un poco más y se queda con ellas y te dice “Hay mi niño que guapo, cada día estas más alto ”, te coge de la mano y te lleva de vuelta al punto de partida, lo cual aviva tus ganas por ver detrás de esa esquina, ansias por descubrir el nuevo mundo que tras ella se esconde. Mientras miras a la vecina con cara de pocos amigos, ves como tu madre esta buscandote desconsolada, y eso que no a pasado un minuto sin que te viera por la ventana, cuando te ve, sus ojos parecen denotar alivio por haberte encontrado, pero a su vez ese gesto de alivio cambia y te empieza a caer una lluvia de pescozones, impresionante. Tras gritos y pescozones te castiga indefinidamente y no vuelves a ver la bici en un par de días. Tú no pareces conforme con el castigo, solo querías descubrir mundo, pero reconozcámoslo esos pescozones y castigos hacen que cuando eres mayor seas más responsable de lo que hubieras sido sin esos castigos. “Un pescozón a tiempo hace mucho.”
Tras meses o quizás un par de años, todo hay que decirlo, todos no somos igual de listos, tu agilidad sobre la bici ya es todo un logro, lo que aun no hemos conseguido es doblar la esquina, más que nada por el ruido ensordecedor que hacen esas pequeñitas ruedas que todos los padres ponen a cada lado de la bici sobre el asfalto, que hacen de ti un blanco siempre localizable, como una vaca con un cencerro. “A veces pongo duda si los padres las ponen por seguridad o por tenernos controlados”. Tu padre cansado de que tarde tras tarde le molestes con el dichoso ruidito la siesta, opta por quitar las ruedecillas, y enseñarte a pedalear sin ellas, un gran paso que a más de uno le ha costado una cicatriz en la frente, barbilla, codo... En fin se cruzan los árboles, los bancos, las paredes, etc. que os voy a contar que no sepáis. Tras las magulladuras, arañazos, cardenales, brechas, y conseguir mantener el equilibrio sobre apenas tres o cuatro centímetros que tienen las ruedas, miras con detenimiento que tu madre mira menos por la ventana y la velocidad que puedes alcanzar ahora con la bicicleta es mayor que con las pequeñas ruedas a los lados, optas por probar suerte y doblar esa esquina. Te paras, miras a la ventana, tu madre parece entretenida con otra cosa, miras a la esquina, agarras con fuerza el manillar y pedalada tras pedalada doblas la esquina y ¡¡ hay esta !!, Aquello que nunca antes habías visto, el mundo que te queda por descubrir, coches a gran velocidad desaparecen de tu vista en un instante, una inmensa calle y encima cuesta abajo, solo piensas en descender por ella y observar. Los pescozones, cicatrices y castigos se te olvidan, y empiezas a descender, mirando a tu alrededor todo lo que la esquina escondía, te sientes libre y maravillado por todo lo nuevo que ves. Te das cuenta que la calle no es tan larga como parecía y empiezas a pensar como vas a parar, curiosamente antes nunca habías usado los frenos, los aprietas con fuerza, pero la bici, como nos tiramos a lo barato, bicicletas del Eroski... es tan mala que los frenos están tan duros, que ni Hércules seria capaz de frenar con ella, comienzas a ponerte nervioso y a buscar alguna forma con la que frenar, ya que la velocidad empieza a ser considerablemente alta, no se te ocurre otra cosa, más que poner el pie sobre la rueda de atrás con lo cual la bici frena y todos contentos. Lo malo es que tras la bajada ahora hay que subir, empiezas a subir, pero te cansas, (luego que si los globeros) y decides seguir a pie, pero te das cuenta que la zapatilla con la que frenaste, parece tener un gran agujero en la suela debido al roce con la rueda, y todos los chinatos y piedras te los clavas a cada paso que das, vamos, que pareces que estas cojo. Con la cojera y tu bici al lado y mientras subes, vas pensando como le vas a explicar lo del agujero de la zapatilla a tu madre. Cuando vuelves a tu casa tu madre parece tranquila, se le había olvidado que estabas en la calle y no echaba en falta tu presencia, pero al verte se asombra y te dice: “¿que ha pasado?”. Y como no se te ocurría nada con la que explicar lo de la zapatilla, respondes: “Nada, estoy cansado”. Contento y feliz por el nuevo mundo que habías visto, el resto del día pasa deprisa, sin saber que tu madre al día siguiente descubriría lo de la zapatilla y te caería una buena.
Trastada tras trastada, y pescozón tras pescozón, el tiempo pasa y vas creciendo, tu madre ya se va fiando de ti, después de todas las trastadas, a la vez que creces necesitas conocer más y más paisajes, te gusta ir por sitios nuevos y despeñarte por la más mínima cuesta abajo, cualquier barranco, o desnivel era suficiente coma para dar un salto o derrapar. Pero claro tu vieja bici de paseo no crece contigo, sigue siendo la misma que cuando eras pequeño. No sería raro el día que despertaras a tu padre o tu abuelo para que te arreglara un pinchazo, tu vieja bicicleta no era para ir por un camino. Necesitas comprarte una bicicleta todo terreno o más conocida como mountain bike, ¡¡¡qué ilusión!!! Tus padres te compran una bicicleta de montaña, ven que te gusta y notan como tu afición por ella, es algo que se impone a cualquier otra cosa, con la nueva bici, tus sueños se hacen cada vez más cercanos, conocer más allá de lo que la vista te deja ver, subidas y bajadas, que te hacen recordar cuando de niño descendiste aquella cuesta. Poco a poco empiezas a introducirte en el mundo de la bicicleta, ahorrando todos los fines de semana, comprándote un casco, el culotte... Cada día te gusta más y más y con el tiempo decides unirte a un club ciclista, como el mio, en el que hay doce mafiosos y el resto somos globeros. Al principio todo te parece extraño y como un inocente niño sales, con esa panda de impresentables, vas a aprendiendo, que los calzoncillos con el culotte no son compatibles, que un kit para pinchazos en el bolsillo es tu mejor amigo,... Todos deberíamos aprender de ese personaje, del que muchos se burlan al principio, pero cuando el cuadro se rompe, no pasa nada Mc Gyber saca el grupo de soldar y en el momento lo suelda y si hace falta, hasta una manita de minio, que se cae alguien y se hace una brecha, pues nada, saca su botiquín y todos contentos..., y todo reducido en una simple riñonera, algo impresionante, ni el mismo Mochilo. (“Todos deberíamos aprender algo de él, yo mismo soy así”). En fin cantidad de personajes, y lo peor es que todos formamos parte del mismo club.
Bien todos os estaréis preguntando, si “mu” bonito lo que pasa que “mu” largo, y el titulo, el titulo ¿Qué?. Pues bien, cuantos de nosotros tras una jornadilla de pedaleo, no hemos llegado a casa, con una pájara increíble, o con un dolor de piernas que los tres escalones que hay para subir a tu casa te han parecido mil, cuantos de nosotros hemos dicho de darnos un baño, y nos hemos quedado dormidos en la bañera, cuantos no hemos dicho, que le den por saco a la bici, ¡¡Ya no la cojo más!! Y al día siguiente ya estamos otra vez dando pedales. O me vais a decir que nunca os han dicho, vamos al cine o a cualquier otro sitio, con un frío y una lluvia, o con un calor impresionante, y hemos dicho vamos no fastidies con lo que cae, pero sí que esa misma tarde hemos estado con la bici. Que sí, que sí, que palos con gustos saben a almendras, que sarna con gusto no pica. Pues eso, ¿Es o no es, una relación muy extraña?
Bikermon
A mis padres y mi familia.
2 comentarios:
que recuerdos.....
Estaba leyendo y recordaba algo que tenía que ver poco (nada) con el deporte, pero que refleja el mismo sentimiento.
Recuerdo la primera vez que toqué con la banda de música: era Semana Santa de 1994, y ahí estaba yo con mis nueve años, con mis nociones justas de música, lloviendo y con 39 de fiebre. Para mí, en ese momento no llovía ni yo estaba mal. Era un chaval contento, probablemente el más contento del mundo junto con otro que se echaba una cuesta abajo con la bici dejándose la zapatilla en el intento.
Ese sentimiento me acompañó el día 31 en Madrid, corriendo la San Silvestre. Sólo que esta vez, el chaval que frenaba su bici con el pie estaba a mi lado.
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